Elbert González: el correcaminos de los años noventa
- Jennifer Aranda
- 1 abr 2021
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 30 may 2022
Por Jennifer Aranda / biografiadeportivacr@gmail.com
Con una ultramaratón de 108 km en 1993 Elbert González, que entonces era vecino de Alajuelita, sobresalió a nivel nacional. Con una ventaja de dos horas con respecto al segundo lugar, el competidor de 35 años de edad también rompió un récord de 12 horas con 51 minutos al concluir en 4 horas menos.
El punto de salida era el Colegio de Médicos, ubicado en la Sabana, y el banderín de llegada se elevaba en el hospital Monseñor Sanabria en Puntarenas. Dos veces consecutivas obtuvo el primer lugar en esta competencia, mientras que en la Ultramaratón de Costa Rica, donde se recorrían zonas como Guápiles, Puerto Viejo y Siquirres, fueron tres las ocasiones en las cuales salió vencedor en un recorrido de 100 km.

Durante los próximos años, González se mantuvo rompiendo sus propias marcas hasta que en 1998 aspiró a los 800 km, los 1000 km y hasta los 1200 km. En cada competencia, durante días no solo recorrió miles de metros de frontera a frontera, sino que también contribuyó con la recolecta de trece millones de colones para Visión Mundial, una entidad enfocada en ayudar a la niñez.
Pero, ¿cuál fue su inspiración para ser un ultramaratonista?
El sancarleño de nacimiento, desde muy joven probó el alcohol, sobre todo el guaro de contrabando que conseguía su papá, quien era un alcohólico empedernido.
“Mi papá es una persona muy carga, no quiero que se piense que fue un mal padre. Su desconocimiento sobre la adicción de las personas lo hizo tomar decisiones irresponsables”, resalta Elbert.
Debido a las dificultades familiares, rodaron por zonas como Aguas Zarcas, La Fortuna, Venecia, Río Cuarto y Marsella. Más tarde se trasladaron a Naranjo de Alajuela y por último a La Tabla, en San Rafael Abajo de Desamparados, donde hoy vive el atleta.
Sin embargo, en San José la situación se tornó más complicada para su familia. No existía el trabajo de agricultor al cual estaban acostumbrados. Así que se hicieron limpiabotas y se posicionaron en el Parque Central. Con ese nuevo trabajo, llevaban cada día el pan a su casa y le daban a su mamá dos colones. Hoy ya no se ven con frecuencia los lustradores de zapatos, pero en ese entonces hombres y niños se dedicaban a la labor.
El joven González luego trabajo en lugares como: Bilbaina, Yanber, Numar y otros oficios como la construcción. En sus andanzas, el hermano de Elbert conoció la mariguana y lo invitó a probarla. Desde entonces, empezaron a descender vertiginosamente consumiendo hongos, rush, “amanzalocos” y coca. “Cuando uno no sabe lo que quiere, no sabe para dónde va; y cuándo uno no sabe para dónde va, ya llegó”, concluye y explica cómo la adicción lo llevó a buscar trabajos para generar dinero y poder comprar drogas.
“Anduve al borde del precipicio… y me caí también, y me revolqué en el lodo… pero Dios me brindó la mano y me salí. No volvía a consumir ninguna droga”, expresa con gratitud quien en algún momento se vio sin salida.
El 19 de enero de 1982, Elbert nació de nuevo (así concibe él una de las experiencias más significativas de su vida). Mientras que, lamentablemente, su hermano cayó en el consumo de piedra, Elbert tomó otras decisiones. Actualmente su hermano se dedica a la zapatería, aunque tardó más tiempo en abandonar el mundo de la drogadicción.
La lucha de Elbert por salir de donde estaba fue intensa, pero años después, su imagen y sus triunfos se dieron a conocer en los medios de comunicación.
“Todos los días subía al cerro de La Cruz, y ahí me arrodillaba y le pedía a Dios que me diera la posibilidad de ganar una carrera para decirle a los 'mariguanos' que se podía salir de ahí.”
“Por primera vez en mi vida empecé algo y lo terminé”, expresa efusivo sobre su primera maratón en 1989. Pesaba más de 200 lbs y llegó en la posición de 1552. Deseaba ganarse una de las medallas con las cuales vio pasar a tantos corredores al finalizar.
Aunque una frase negativa le hizo creer que los atletas nacían y no se hacían, no creyó en la proposición, sino que se esforzó por alcanzar lo que deseaba.
Para ese entonces, su carrera deportiva apenas iniciaba, y en aquel momento cumbre no le faltó el apoyo de su esposa de entonces Norma Guerrero, ni el orgullo de sus cuatro hijos: Abraham, Gregory, Elbert y Angie.

¿Y qué pasó con Elbert después del 2000?
Para el 2013, el atleta se abocó en un sueño: recorrer en bicicleta todos los países de Suramérica. Aunque no pudo cumplir su meta por causas económicas, desde enero y hasta mayo recorrió países como Panamá, Colombia y Ecuador.
Durante su viaje por Panamá, conoció a un grupo de rusos que lo ayudaron a cruzar a Colombia. Dos años después de su encuentro con quienes lo hospedaron y apoyaron sin conocerlo, fue invitado al nueva hogar de los rusos en Isla Grande de Panamá.
Electricidad, fontanería y carpintería fueron algunos trabajos en los que se desempeñó durante su estadía de seis meses (porque González no ha sido solo atleta, sino también habilidoso obrero). De hecho, cuenta que desde hace 40 años se dedica a la mecánica en sus talleres ubicados en La Tabla de San Rafael Abajo de Desamparados.
“Todo lo que sé lo aprendí en el taller”, explica el empírico mecánico y añade aun más: “No hay nada que capacite más al ser humano que el hambre y la sed de éxito”.

Hoy, Elbert cuenta 62 años de edad y continúa corriendo por las montañas de Alajuelita desde su casa de residencia actualmente en San Rafael Abajo de Desamparados.
Hace cinco años, mientras el atleta cambiaba de aires y se hospedaba en Guanacaste, conoció a quien hoy es su actual esposa: Jeaneth Zapata, con quien ha creado un nuevo hogar para su hijo Deif de 6 años.
El orgulloso padre comenta que el más pequeño de sus pupilos ya muestra interés por el atletismo (todo lo hace corriendo), que Cristóbal (su primogénito) corre constantemente y que su hijo Elbert es excepcional (no por nada lleva su mismo nombre).
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